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La huída de Rosas

El 3 de febrero de 1852 las tropas de Buenos Aires comandadas por el General Pacheco fueron derrotadas por las tropas de Urquiza en la localidad de Caseros. En la batalla estaba presente el gobernador de Buenos Aires Juan Manuel de Rosas, quien salió de ella con una herida en la mano. Urquiza, vencedor, se dirigía a la residencia campestre de Rosas en Palermo, para tomar posesión de ella. Aunque en ese entonces el destino del General vencido era una incógnita, ahora podemos conocerlo con bastante precisión gracias a un reporte escrito del cónsul británico en Buenos Aires, que por cierto sería uno de los principales protagonistas de los acontecimientos posteriores.

La batalla había empezado a las seis de la mañana y concluido para las doce del mediodía. Ese mismo día, a las cuatro y media de la tarde, el cónsul británico en Buenos Aires Robert Gore regresa a su casa y es informado por un sirviente de que durante su ausencia había ingresado a la residencia un soldado que parecía ser el General Rosas. Al llegar a su cama Gore lo encuentra a Rosas tendido exhausto, cubierto de polvo, y herido en una mano. Rosas le da a entender sutilmente que se asume bajo la protección de la bandera inglesa, ante lo que el cónsul decide que es necesario llevarlo a un buque de guerra británico lo más rápido posible.

A pesar de su apuro, Gore debía actuar con cautela. El cónsul había sido citado por Urquiza para las seis de la tarde en Palermo con el propósito de que, junto con los demás representantes de países extranjeros, ofreciera sus servicios al nuevo gobierno. Antes de partir a esa reunión, ordenó que le proveyeran a Rosas cena y baño y que no permitieran que nadie entrara ni saliera de la casa hasta su regreso.

Como eran las diez de la noche y Urquiza todavía no se presentaba al encuentro, Gore se excusó y aprovechó la demora para llevar a cabo su plan de escape: a las once y media acordó con el almirante Henderson que Rosas y su familia serían embarcados en el navío Locust hacia Montevideo y que allí, al amanecer, serían traspasados al navío Centaur. Luego volvió a su hogar acompañado de Manuelita, la hija de Rosas, y compartió su plan con el refugiado.

Aunque el plan de escape generó una discusión con el General Rosas, que deseaba permanecer dos o tres días en esa casa para arreglar sus asuntos antes de partir, fue Gore quien logró imponer su postura. Rosas fue cubierto con una capa y un gorro de marino, Manuelita fue disfrazada de marinero, y así vestidos, luego de lograr pasar por dos garitas de centinelas como acompañantes de Gore, los fugitivos abordaron un bote. A las tres de la mañana el cónsul británico estaba satisfecho de saber que sus protegidos estaban a salvo, a bordo del Locust.

Eran las cuatro y media de la madrugada cuando Gore regresaba a su encuentro con Urquiza. En charla con el cónsul, el General vencedor se refirió a Rosas diciendo que había peleado valientemente y estimando que había partido hacia el Sur luego de haber sido derrotado. El cónsul británico optó por no corregirlo.

Por haber protegido así a Rosas, Robert Gore recibiría reproches de franceses e ingleses que habitaban Buenos Aires. A pesar de que él mismo informó haber recibido maltratos y amenazas de muerte caprichosas provenientes de Rosas como gobernante, el cónsul justificó su accionar en un cumplimiento de su deber como agente británico y como caballero inglés, y en un seguimiento de principios honorables y de humanidad.

A las cuatro de la madrugada el Centaur zarpó para encontrarse con el Conflict, barco a vapor en el que Rosas y su familia serían transportados a Inglaterra.


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